jueves, 9 de agosto de 2012

EL TIEMPO ES UNA FUNDACIÓN DE LA ETERNIDAD



Pasado, presente y futuro son tres palabras que representan mucho para la historia, las personas, instituciones y naciones.
Ese es el tiempo, lo que permite organizar el flujo de acontecimientos de manera secuencial.
Alrededor de este tema se ha escrito mucho, filosófica y pragmáticamente.  Enfoques desde la física, comenzando por la mecánica clásica, la relativista y la cuántica.
Las culturas han dibujado en sus conceptos al tiempo, los griegos con la imagen circular, pero los hebreos lo concibieron como algo lineal y de allí el pensamiento cristiano entendieron la temporalidad como un principio y un final.
Un final que apunta hacia una nueva dimensión, la eternidad.
Qué hacía Dios antes de crear el tiempo, era la pregunta que tentaba a Agustín de Hipona a querer responderles a los maniqueos y filósofos del entretenimiento que seguramente Dios estaría creando infiernos para los filósofos que hicieran este tipo de pregunta, pero esto era tan sólo un chiste, la realidad es que este filósofo teólogo que marcaría la historia del pensamiento cristiano aportó ideas muy generadoras de reflexión acerca del tiempo, que nos permitirá hacer una simple afirmación final, al concluir esta reflexión.
Una idea definitiva es que el tiempo es real y por tanto no es una simple ilusión divorciada de los objetos materiales e históricos que nos rodean. Pero claro está, se mueve, tiene una sucesión, un fluir, una dinámica. No obstante, en el interior del tiempo hay una pulsión y esta no es temporal sino eterna, donde la eternidad, en este enfoque agustiniano, funda el tiempo. El tiempo es una fundación de la eternidad, en donde las creaturas son y no son. Son porque provienen de Dios y no son porque cambian, mutan, se transforman, en una dialéctica, en una paradoja donde danzan lo eterno y lo transitorio. De allí que para la creatura vivir es la vez morir. Tragedia y oportunidad. Un progreso indefinido como resultado de esta paradoja no tiene sentido dentro de un entendimiento o conceptualización cristiana. Hay por ende un fin y este se encuentra en la unión con Dios. Alcanzar la eternidad es la meta, no un viaje sin fin de imperio a imperio.
De allí que para ser feliz en la temporalidad debemos abrirnos a la eternidad, lo eterno presente en lo temporal. De allí que la encarnación, Jesucristo, es quien da sentido al tiempo. Los tiempos con Cristo son salvación de la crueldad del tiempo por el tiempo, de vivir por vivir, de imperio a imperio, de sufrimiento a sufrimiento en un tiempo que se repite sin cesar. Fatalidad. Con Cristo no hay tal cosa, sino una puerta abierta al cielo, a lo eterno aún estando en lo más terrenal y temporal de la vida, el aquí y el ahora, saliendo del pasado y caminando hacia el futuro.
El tiempo viene de la eternidad, el tiempo sirve para prepararnos para la eternidad, para pasar la creación como por el fuego purificador, y el tiempo una vez cumplida su misión, entonces desembocará en la Eternidad como los ríos en la mar. 
La afirmación final es muy práctica. En cada momento, tiempo, situación, está presente la eternidad como espíritu, como pascua de Cristo, como puerta, a veces tan visible como la hora de la muerte, pero a veces tan sutil como simplemente la hoja que cae, la célula que es desplazada, el día que termina, el mes que nunca volverá, el año recordado con nostalgia, el barco que zarpó, el poema perdido, o el sol que vuelve a nacer, en fin, de eso que Nicodemo quería saber, de aquello que es algo más allá de lo cotidiano, de lo temporal, la gota de eternidad, o el océano al final de cuentas.

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